El autor realizó una ejecución de madrigales de un autor desconocido, que rompió con todas las reglas que han sido seguidas durante cientos de años. Consideraba que era totalmente insensato ser sometido a tales “sonidos estridentes” que los consideraba “discordantes y poco amable para los oídos”.
Su carta recibió mucha atención a la vez que reacciones encontradas. Había muchas personas que compartían su opinión, especialmente los que estaban relacionados con la música religiosa, donde la meta principal era provocar temor reverencial al oyente como una manera de glorificar y adorar a Dios. Pero muchos otros sentían con igual intensidad que la vida misma es complicada y difícil y la música debería comunicar toda clase de experiencias y emociones humanas.
El debate fue veloz y frenético y le llevó un tiempo al compositor original de los madrigales juntar el suficiente apoyo y coraje para hacerse responsable de la autoría y de la responsabilidad. Pero en el año 1607, Claudio Monteverdi hizo exactamente eso, diciendo que su estilo de composición era intencional y creado para “satisfacer tanto la mente como los sentidos”. Describía al antiguo estilo como enfocado a la perfección de la armonía, mientras que el nuevo estilo se centraba en la melodía, y hace “de las palabras la amante de la armonía”.
Aunque el uso de la disonancia de Monteverdi puede ser visto como tibio para los oídos del siglo 21, en su momento fue un enfoque novedoso. Se estableció una clara percepción de “melodía” versus “complemento”, que en palabras de Monteverdi “construidas sobre las bases de la verdad”. Esta aproximación abrió la puerta para un lenguaje armónico más rico y amplio, que se siguió expandiendo en toda clase de música en los últimos 400 años.